Los 12 apóstoles, sin el maestro, se dirigieron en manada, en dirección al polígono de A Tomada desde donde se subiría a modo de calentamiento, por los caminos que hay por detrás, hasta el cruce de Moldes. Desde allí y por carretera, se bajó hasta el acceso al camping de la Cascada lugar de inicio oficial de la ruta.
Los primeros kilómetros fueron duros, tanto por lo blando del terreno como por la pendiente que hubo que ascender, con repechos continuos en los que no había un momento de descanso. Como todo lo que sube tiene que bajar, comenzamos el descenso hacia la zona de Riosieira, ya en Xuño, donde nos esperaba la primera sorpresa húmeda de la jornada, un río que había que cruzar y que, con las lluvias de esa semana, bajaba con bastante caudal.
Además, su cauce estaba plagado de pequeños cantos rodados que dificultaban aún más el pedaleo, así como la entrada y la salida en la que arena y barro hacían de trampas traicioneras para los bikers. Se vio de todo en este tramo, algunos más duchos que lo pasaron a la primera, otros que pusieron un pie, otros que siguieron la táctica del salmón e intentaron el remonte del río, alguno que le cogió el gusto al agua y lo intentó unas cuantas veces, en la variedad está el gusto, y después de la refrigeración líquida de los pies, nos dirigimos por asfalto hasta otro tramo de río pero con la diferencia, para la mayoría, de que existía un puente “romano” que ayudaría a la travesía. Para una minoría el puente sólo era un obstáculo para la diversión, así que, ni cortos ni perezosos, José Manuel y Matías, se metieron al agua, eso sí, con diferentes estilos como demuestran los vídeos.
Desde ahí, la troupe se dirigió hacia la playa de las Furnas por la cual se circuló a través de su resbaladiza pasarela de madera o por senderos arenosos hasta encontrar otro momento acuático, y que no sería el último de la jornada. Un pequeño arroyo, también crecido por las lluvias, se interponía en el camino de estos aventureros. De una anchura equivalente a un microcoche, el arroyo escondía una trampa, su profundidad y los escalones de entrada y salida, que hacía que fuese complicada su travesía. Se volvieron a ver momentos electrizantes, aunque para disfrutarlos en condiciones nada mejor que ver y oír los vídeos que se grabaron.
Pero, la ruta aún escondía alguna sorpresa húmeda, y no era porque fuésemos a pasar al lado de algún lupanar, si no porque la pista se iba a convertir en la Venecia gallega y nuestras bicis en sus góndolas a pedales. ¡Qué espectáculo se pudo ver! Encima, el terreno no era completamente llano por lo que a menudo parecía que las bicis iban a iniciar la inmersión en alguno de los socavones que se intuían debajo del agua. Las hierbas “acuáticas” se afanaban en engancharse a las partes móviles de las máquinas y hubo que hacer una parada técnica para librar pedales, pedalieres, desviadores y cadenas del acecho de las hordas vegetales.
Para finalizar, se recorrió la parte baja del Tahume, ya que subir a él hubiese llevado al suicidio u homicidio de alguno de los miembros de la troupe, atravesando otro pequeño arroyo en ida y vuelta, con alguna escaramuza entre las aguas procelosas y los fangos orilleros.
La subida por asfalto desde Oleiros a Moldes acabó por rematar las ansias pedaleadoras de los bikers que, sin fuerzas para llegar hasta el bar de Sansidro, se rindieron retirándose a sus moradas para recibir una ducha reparadora y el descanso merecido del guerrero.
Muy buena crónica Luismi!!!
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